Buena parte del cine de Almodóvar se rompe y se pierde en la profundidad de los espejos. Es cine que se mira a sí mismo en la necesidad de reconocerse en los demás. Si hacemos caso al mito de Narciso, el castigo que le impuso Némesis por su engreimiento al rechazar el amor de la ninfa Eco no fue otro que enamorarse de sí mismo. Sin embargo, la lectura correcta es otra: lo que dejó helado al efebo al ver su reflejo en el agua no fue tanto su evidente belleza como el horror –que también es reconocimiento sincero y hasta humilde– de verse convertido en otro. Su reflejo le confunde como una parte, un elemento más, del mundo. El yo es, en verdad, otro. El yo es puro deseo.

Y, de este modo, cabría deducir que la filmografía feroz del director de Calzada de Calatrava tiene mucho de diálogo con el propio cine; de reconocimiento de la textura esencialmente especular de la pantalla; de encuentro con un mundo tan ajeno como esencialmente propio. Sus historias reelaboran y muestran ellas mismas otros relatos en los que como en espejos infinitos se multiplica y pierde la mirada del espectador en el laberinto de su propia imaginación. ‘La ley del deseo’, por irse a la semilla de casi todo, inicia ella misma con una representación digna del mito de Narciso. ‘El paradigma del mejillón’ es el título bufo de la película dentro de la película en proceso de doblaje. Acto seguido, una escena nos coloca en los servicios de un bar del Madrid de los 80. Probablemente en el mismo sitio y en la misma fecha donde se conocieron Salvador y su amante de ‘Dolor y gloria’. Asier Etxaendía da vida al actor que, en la sala Mirador, representa un monólogo autobiográfico de precisamente Salvador (Banderas) que, quizá, es reflejo (verdad y mentira a la vez) del propio Almodóvar. La confesión que se escucha, a su vez, bien podría ser una última versión de ‘La visita’, el relato de ‘La mala educación’ en el que se basa el director para rodar su película dentro de la película. O la reescritura por enésima vez de ‘La voz humana’, el texto de Cocteau que se representa también en el interior de ‘La ley del deseo’ y que acabará por convertirse en cortometraje con Tilda Swinton.

Pero sobre todo, y más allá de la red tupida de espejos secretos que pueblan su cine, la obra de Almodóvar mira hacia fuera convencida de que ya, pasado el siglo XX, toda historia personal es esencialmente historia cinematográfica. Convencida de eso y de que no somos más que el precipitado de cada uno de los sueños confundidos con la realidad vividos en el interior de una sala de cine (o al aire libre en una pantalla de verano con olor a pis). De Buñuel a Wyler pasado por Sirk, Waters, Vidor, Kazan, Arnold, Ray, Zulueta, Cukor, Berlanga o Sara Montiel, todo está en la filmografía de Almodóvar reflejado y elevado a la categoría de mito. El yo es el otro. El mundo no es más que deseo compartido.